Estudios de género.
Los estudios de género son un campo interdisciplinario que explora cómo las identidades y roles de género, así como las relaciones entre los géneros, influyen en la sociedad, la cultura, la economía, la política y más. A través de esta área se examinan las construcciones culturales y sociales en torno a lo que significa ser hombre, mujer, o pertenecer a otros géneros, y se investiga cómo estas construcciones afectan la experiencia personal, el acceso a derechos, y las dinámicas de poder.
Introducción.
Hay varias razones por las que se
presenta como imprescindible la perspectiva de género para entender la
violencia. La fundamental es que posibilita superar una vieja dicotomía: la
atribución excluyente de las causas de la violencia, o bien a los instintos del
hombre, o bien a la sociedad y sus injusticias. La vieja polémica entre biologicistas y ambientalistas reducida a su expresión más vulgar: el hombre es
bueno y la sociedad lo malea, o bien, la sociedad es buena y el hombre es
malo por naturaleza.
Los estudios de género están
contribuyendo a identificar una cierta violencia que se manifiesta en lo
cotidiano de las relaciones, y que, por lo tanto, permanece o ha permanecido
invisible. La precipitación de esta disciplina
surge de la confluencia de corrientes tan importantes como el pensamiento feminista, el
psicoanálisis y el pensamiento posmoderno.
Otro elemento importante a destacar
es que la categoría de género, no se propone como explicación única, ni última,
del fenómeno de la violencia. No pretende ser el único determinante, aunque a
veces pueda ser el más influyente de los condicionamientos, como podemos ver en
la que se ha dado en llamar violencia doméstica o familiar.
Para Mabel Burin, una estudiosa del género, apunta que : “Los estudios de género aspiran a ofrecer
nuevas construcciones de sentido para que hombres y mujeres perciban su
masculinidad y su feminidad, y reconstruyan los vínculos entre ambos en
términos que no sean los tradicionales opresivos y discriminatorios”.
Los estudios de género abordan un
campo de la realidad complejo, sobre el que influyen muchos factores; campo que
sufre una fuerte mixtificación al dedicarse a
investigar un asunto tan complejo, y de tanta trascendencia social, como
son las relaciones de pareja y las relaciones filiales. En ambos casos
parecería que el amor es el elemento clave para definir las relaciones, dentro
de la moral occidental en que vivimos, con sus componentes tanto religiosos
como laicos.
Jessica Benjamin sostiene la tesis: los vínculos originales entre los seres
humanos, son vínculos amorosos, sin embargo, han sido usurpados
fundamentalmente por el ansia de poder, sea en términos de dominación o de
sometimiento. Dicha autora aboga por la
necesidad de recuperar esos vínculos originales, ahora secuestrados en
beneficio de prácticas ligadas al poder.
J, Benjamin emprende, junto con
otras autoras, un análisis de las relaciones de dominación, lo cual
produce un choque para la conciencia.
Este análisis de las relaciones genera resistencias en muchos sectores, porque
no trata de establecer una psicopatología del maltratador, no se busca una
historia infantil de violencia, abandono y malos tratos a la cual atribuir la
responsabilidad de esta lacra social. Se trata de pensar la violencia, la
dominación, el abuso, y la negación de la dignidad del otro –la mujer por lo
general –, como parte insoslayable de las relaciones sociales, pero no como un
efecto indeseado o imponderable, sino como un eje articulador de las mismas.
Las resistencias a entender la
violencia como elemento clave de las relaciones humanas, confluyen
principalmente en dos discursos: El primero trata de psiquiatrizar el problema,
no tanto para tratarlo, de hecho la psiquiatría ortodoxa no ofrece ninguna alternativa
de tratamiento, a partir del abandono en el
siglo XIX del denominado Tratamiento Moral de la Locura. Más bien
responde a un intento de excluir el problema a los márgenes de la sociedad, con
su consiguiente efecto tranquilizador, dejando claro que eso les ocurre a
otros. Aquellos que emplean la violencia, los malos tratos, las vejaciones, los
abusos, la dominación en sus relaciones, son otros, están afectados por una
enfermedad mental. Los beneficios que se obtienen con esa operación son
diversos; de un lado se tranquiliza la conciencia, del otro se aleja el
problema; serán necesarios diagnósticos específicos, unidades de tratamiento,
instituciones que se ocupen de esos alienados. El auge actual de los estudios y
los expertos en psicopatías llama poderosamente la atención. La medicina legal
y forense, la criminología adquieren un protagonismo social impensado hace
pocos años. Proliferan los estudios sobre la personalidad y el perfil del
psicópata, y eso parece que nos tranquiliza, que reduce la “alarma social”.
La indignación y la descalificación
moral de los sujetos violentos, de los maltratadores, de los violadores, el
rechazo social, y el castigo a través de los mecanismos de la justicia.
Indignación y descalificación que plantean una contradicción con la anterior
consideración del sujeto como un enfermo. Sin embargo, esa contradicción no
parece ser un problema, más bien parece una contradicción interesada. Similares
ambigüedades se producen en torno al estudio de las drogodependencias. En
cualquier caso, el rechazo moral, la legítima defensa de la sociedad frente a
las transgresiones, no debería impedir el estudio, el análisis de la violencia
de género, esa violencia invisible pero constante y diseminada en las
relaciones sociales. Parece obvio que necesitamos de esa investigación para
poder encarar con mejores esperanzas que hasta hoy, cualquier propuesta de
prevención de la violencia.
Plantear el problema en todas sus
dimensiones implica decir que la violencia de género infiltra los intercambios
humanos, está instalada en el corazón de la vida social. Desde la perspectiva
de género, la dominación, la descalificación del otro, su control, su
sometimiento, es una necesidad implícita para mantener un statu quo, un sistema
de relaciones, un orden social. La violencia no pone en peligro nuestro sistema
social, porque forma parte del mismo. Este orden social aludido se ha dado en llamar cultura patriarcal o falocentrismo.
El análisis de la cultura
patriarcal o del falocentrismo
realizado por pensadoras feministas,
psicoanalistas o estudiosos de
género, le debe mucho al pensamiento de Jacques
Derrida. Este filósofo francés proporciona elementos fundamentales para el
análisis, al mostrar como el pensamiento occidental funciona de modo binario, de modo polarizado, de manera que cuando
aborda cualquier realidad social, lo hace privilegiando un elemento del
sistema, en detrimento del otro, que suele ser descalificado o minusvalorado.
Nuestra cultura es falocéntrica
porque privilegia los elementos masculinos sobre los femeninos. la tesis derridiana, es que lo privilegiado es la masculinidad,
por lo tanto el hombre también lo es, pero no de un modo absoluto, sino
solamente en tanto que represente y defienda los valores masculinos. Del mismo
modo, algunas mujeres pueden verse beneficiarse a título personal, siempre y
cuando asuman los valores masculinos del orden social. El acceso de la mujer a
determinadas parcelas institucionales y sociales no supone una subversión del
sistema, como mucho tiempo se pensó, porque su incorporación pasa
necesariamente por la asunción de valores, costumbres y estilos propios a la
masculinidad, pasa por la renuncia a determinados elementos de la feminidad. No
nos referimos aquí a la belleza, o al atractivo sexual, muy por el contrario,
hablamos de aquellos rasgos diferenciados característicos y tradicionales de la
feminidad, como puede ser la capacidad de cuidar, la tolerancia, la comprensión
del otro, la falta de agresividad... rasgos incompatibles con el desempeño de
ciertas responsabilidades sociales en el campo de la política, de la dirección
de empresas, de la judicatura, etc.
La violencia de género tiene una
dimensión pública, visible, pero tiene
también otra, de la cual la anterior es sólo
. Esta segunda dimensión es menos
visible pero más insidiosa, opera
como pivote sobre el cual se articulan las relaciones humanas. Podríamos
llamarla violencia latente, es una
violencia que no produce rechazo porque no se percibe, y generalmente se
esconde, se pretexta, como necesidad de establecer diferencias sexuales claras-
La introducción de esas diferencias conlleva un ejercicio decisivo para la
identidad de género, que consiste en subrayar la preponderancia de la
masculinidad, de determinados valores masculinos, sobre la feminidad, y esto se
transmite de modo insidioso y sibilino para ambos sexos.
Hermenéutica.
Si partimos de lo histórico en cuanto al género, al lugar fijo, imperativo, con el que se han tratado lo masculino y lo femenino, y que ha sido invariante, entonces nos conviene hacernos valer con la hermenéutica, como algo no cerrado, abierto, opuesto a la cosificación y al dogmatismo.
La
hermenéutica tiene la notable ventaja de dar cabida a la intersubjetividad, dando vida incluso
al texto escrito, favoreciendo distintas interpretaciones, confrontando la obra
con los diversos puntos de vista que se integran en el acto mismo de
interpretar, de conocer, de crear, de leer, de pensar. Conlleva la apertura del yo y de su producción hacia el
otro, pero no el otro generalizado sino el otro concreto. Sin embargo, para que
se produzca ese fenómeno de apertura e interpretación, deben darse ciertas
condiciones de base. No se puede ejercer la interpretación si no se conoce el
lenguaje del texto y si no se está familiarizado con el significado de los
símbolos o de los iconos; en definitiva, si no se pertenece a una determinada
cultura o no se comparten determinadas claves de socialización.
La
hermenéutica está reñida con la pasividad, la objetualización, la cosificación, el
dogmatismo, el no tener derecho a la
palabra, el encerrarse en el silencio, el estrabismo de la mirada cercenada, la
ocultación y las falsas promesas de verdades imperecederas.
La
hermenéutica nos da la posibilidad de ser sujeto en
relación con el otro y lo otro -aunque sea a través de un objeto producido, ya
sea un texto, discurso, obra de arte, etc.-, favoreciendo la libertad de
decisión y elección. Además desafía a la Ilustración, en tanto que permite la
huida de la tutela impuesta por la razón, el conocimiento y la ciencia, dando
cabida a las experiencias personales, subjetivas e intersubjetivas de cada hablante, de cada autor, de cada intérprete,
promoviendo un acto de apertura en el que se hacen visibles los diversos
elementos de comunicación que estructuran a los hablantes y los procesos
narrativos lingüísticos.
En lo que respecta a los diversos elementos de
la comunicación, debemos reconocer que algunos por efecto de la tradición, la
costumbre o por la concepción transmitida por los sistemas de pensamiento de la
modernidad, han sido particularmente ocultados u oscurecidos hasta haberse
vuelto invisibles. Entre estos cabría mencionar la perspectiva de género dentro
de las relaciones sociales y la vida interna del sujeto. Y es aquí donde
resulta conveniente hablar de psicoanálisis y feminismo.
El
primero, la teoría psicoanalítica, desveló los entresijos de la vida interna,
haciendo tambalear el sólido edificio de la modernidad construido sobre la
diosa razón, a espaldas del inconsciente, del mundo de los afectos, de los
sentimientos de culpa, de angustia, etc. La identidad del yo, conformada con
sesgos diferentes según el sexo, fue pensada por Freud desde nuevos parámetros
que hacían articular un mundo distinto de símbolos, que adquirían un
significado relevante en la vida de las personas.
El psicoanálisis es un pensamiento de la sospecha, del desvelamiento, que da pie a una rica hermenéutica que permite explicar la posición de los distintos yoes -ahora autores, ahora intérpretes- que actúan intersubjetivamente. Sus sospechas y desvelamientos estuvieron orientadas sobre todo a la represión sexual ejercida sobre el individuo y obvió cualquier tipo de suspicacia sobre significativos modos de relación social, entre ellos la perspectiva de género, creando un mundo de valores sesgado desde la perspectiva patriarcal, en la cual la figura simbólica del falo configuraba la personalidad adulta. Quizás algo tuvo que ver con el hecho de que Freud eligiera esa representación fálica como elemento básico de la constitución femenina o masculina, el hecho de que el propio Freud fuera varón. De hecho, psicoanalistas femeninas posteriores, cuando ejecutaron la activa labor de intérpretes, la hermenéutica, evidenciaron el sesgo sexista del análisis del maestro y transvaloraron o invirtieron la simbología freudiana, entronizando a la mujer, simbólicamente representada en el acto de la maternidad.
Es innegable que este modelo de pensamiento ha sido el responsable de poner en evidencia el peso que tiene la vida interna del sujeto para la construcción social de la realidad.
El
segundo modelo, el feminismo, es sin lugar a dudas el marco teórico que ha
potenciado los análisis de género poniendo de relieve como el sistema sexo-género subyace a cualquier
tipo de relación social. Al desvelar la carga socio-histórica y cultural
que implica la división de las personas en las categorías genéricas femenina
y masculina, la teoría feminista abre sus puertas hacia una nueva hermenéutica de la sospecha,
adiestrando a los intérpretes en las trampas de un lenguaje sexista, no neutral, que infravalora cultural y
socialmente aquello que considera como natural del sexo femenino.
Podemos convenir al psicoanálisis y al feminismo como una alianza de dos modelos hermenéuticos que se complementan y enriquecen al desvelar el peso específico que tienen -como elementos que estructuran los actos de habla y los procesos narrativos- la vida interna del sujeto y la perspectiva de género.
El psicoanálisis como técnica hermenéutica no fue un descubrimiento casual ni repentino por parte de Freud sino que tuvo una larga génesis y desarrollo. Freud comenzó su práctica clínica siguiendo un procedimiento totalmente directivo, como era la hipnosis ensayada por Charcot para tratar a los pacientes con síntomas histéricos. Después de aplicar durante algún tiempo ese procedimiento descubrió que era limitado porque muchas personas no eran susceptibles de ser hipnotizadas, por lo que ensayó nuevas técnicas hasta comenzar la “talking cure” cuyo perfeccionamiento dará lugar a la técnica de la asociación libre, por medio de la que descubrirá el inconsciente y comenzará su hermenéutica de la sospecha.
En 1900, con la publicación de la
Interpretación de los Sueños Freud
aparece ya como un experto explorador del inconsciente, como un diestro
hermeneuta capaz de descifrar enigmáticos mensajes
de ocultas regiones del psiquismo humano.
El propio Freud abordará rectificaciones de la
propia teoría y práctica hasta el final de su vida, y serán algunos discípulos
y continuadores de Freud los que reanudarán una profunda transformación de la
técnica psicoanalítica que la alejará de la ortodoxia freudiana, como sucedió
con Jung, Adler, Rank y Ferenczi. Otra
línea heterodoxa será la representada por E. Fromm y H. Hartmann, quienes
convirtieron al psicoanálisis en una especie de psicología adaptativa. Por su
parte, J. Lacan ha dado un
giro a la teoría freudiana al aplicar al psicoanálisis conceptos lingüísticos
como la noción de significante y estructura.
Melanie Klein abrió un campo importante en sus trabajos psicoanalíticos con niños, desarrollando el camino para la indagación del importante papel que juega la madre en la vida del bebé y en el desarrollo de su personalidad adulta.
La teoría de las relaciones objetales del yo fue continuada por la obras de Faribairn y Winnicott. Este último avanzó el concepto de “relacionidad básica del yo”, en el que establece que la primera relación de objeto del niño, la relación con su madre, es básica y fundamental para la organización de su propia identidad.
Las investigaciones de la teoría de las relaciones de objeto, al subrayar la importancia
primordial que tiene la madre en la constitución de la subjetividad masculina o femenina, favorecieron la
aproximación del psicoanálisis a la teoría de sistemas de sexo-género, llevada a cabo en nuestros días por varias
psicoanalistas como Nancy Chodorow, Jane Flax o Juliet Mitchell.
Freud
introduce el papel de la hermenéutica en la
teoría de los sueños.Se plantea el problema de que los sueños han de ser interpretados, entendidos, descifrados,
comprendidos, ya que en ellos el verdadero sentido del sueño se presenta de una
forma velada y encubierta.
Del contenido manifiesto al contenido latente. En el sueño ocurren una serie
de operaciones psicológicas, mediante las que el contenido latente,
originario, se transforma en el contenido manifiesto. Freud llama a esta
operación el trabajo del sueño. La
interpretación puede considerarse la inversión del trabajo original del sueño:
desde el contenido manifiesto recuperar el contenido latente. En el sueño esto
es posible porque el compromiso establecido entre el deseo inconsciente que
pugna por salir y la censura se debilita, permitiendo que el deseo se
manifieste, pero no como el deseo quisiera, sino de una forma mitigada,
censurada, deformada e irreconocible. Por lo tanto, el sueño se expresa por
medio de un lenguaje particular, en el que no rigen las reglas sintácticas sino
procesos de condensación, de desplazamiento, de eliminación, de simbolización, de censura psicológica.
Frente a ese lenguaje peculiar, desconocido
para el propio autor del sueño,
la labor que le cabe al analista es la de intérprete, la de “traducir al lenguaje vulgar el idioma de
los sueños”, la de desentrañar el texto del contenido latente,
revelando que las ideas en él expresadas no son incoherentes ni absurdas, sino
elementos plenamente significativos y llenos de sentido.
Esta labor de interpretación también la lleva a
cabo Freud con los actos fallidos, con los lapsus verbales, con los olvidos
como pone de manifiesto en
Psicopatología de la vida cotidiana. Por supuesto también realiza esta labor hermenéutica con los procesos
patológicos, con los síntomas
neuróticos.
Otro “texto”
que utiliza el analista para interpretar y desvelar los signos ocultos del
analizado es la relación de transferencia. La transferencia consiste, en
palabras de Freud, “en reediciones o productos facsímiles de los impulsos y fantasías que
han de ser despertados y hechos conscientes durante el desarrollo del análisis
y que entrañan como singularidad característica de su especie la sustitución de
una persona anterior por la persona del médico” .
Freud en su práctica médica
constató que sus pacientes raramente recordaban la experiencia traumática
reprimida en el pasado, pero sin embargo intentaban repetir esa experiencia,
reproduciendo con él el mismo comportamiento que habían tenido con las personas
en las circunstancias causantes del conflicto. Freud incluso llegará a afirmar
que el paciente no sólo tiende a repetir la situación reprimida con el analista
sino también con otras personas de la vida actual, ya que la transferencia no
es más que un hecho particular de un fenómeno mucho más amplio que él denominó
compulsión a la repetición.
En resumen, se puede considerar que para Freud
la labor del analista consiste en recomponer uno de los diversos juegos del
lenguaje ordinario. En los juegos del lenguaje ordinario, según Wittgenstein,
las reglas de la gramática rigen la relación de los símbolos lingüísticos entre
si y la correspondencia o relación con el que habla, con el gesto y con la
expresión corporal, complementándose entre si estas diversas funciones. Pero en
los casos patológicos hay una desconexión entre unas y otra, siendo necesario
que el analista las coordine de nuevo.
Paul
Ricoeur se plantea en Hermenéutica y Psicoanálisis el problema de si el
psicoanálisis es una técnica y si por lo tanto se puede reducir a las ciencias
de la naturaleza, o si por el contrario tiene poco que ver con ese tipo de
saberes. Ante esta problemática responde que efectivamente el psicoanálisis, en
cierto sentido, es una técnica en cuanto que es una técnica de tratamiento y en
cuanto que es un oficio que se aprende y se enseña, que requiere una didáctica
y una deontología. Pero el
psicoanálisis no se inscribe en el mundo de las técnicas en tanto técnicas de
dominación de la naturaleza, pues no satisface los criterios de las ciencias de
observación, ya que hablando propiamente en el psicoanálisis no hay ni “hechos”, ni “leyes” ni
“teoría” en el sentido científico del término, sino que lo único que
existe es la “interpretación” de una historia. En este sentido no es una
ciencia de la naturaleza, ni es una rama de la técnica entendida como
dominación de la naturaleza o una técnica de adaptación, al estilo del
conductismo. Más bien se podría afirmar que es una no-técnica, ya que una
técnica de interpretación tiene mayor semejanza con la cuestión de Schleiermacher, de Dilthey, de
Jaspers, de Max Weber que con el behaviorismo.
El
psicoanálisis para Ricoeur es una técnica, pero una técnica de la verdad,
una técnica de interpretación, de desenmascaramiento de las máscaras. Esa labor
de desvelamiento llevada a cabo por Freud es calificada por Ricoeur como una hermenéutica de la sospecha en
la que también estarían incluidos Nietzsche y Marx. Los tres como hermeneutas
de la sospecha desconfían de las ilusiones de la conciencia, proceden a su
desmistificación y a descifrar su verdadero sentido. Pero tal hermenéutica es
calificada por Ricoeur como parcial y de carácter reductivo por lo que debe
completarse con otra hermenéutica no de reducción sino de promoción de sentido,
como es la hermenéutica de la escucha. Esta hermenéutica de la escucha de Paul Ricoeur se opone a la lectura
restrictiva del símbolo que hace el psicoanálisis, a que sólo tenga una
interpretación de carácter sexual, a
que el símbolo sólo patentice lo arcaico y restrictivo y no lo prospectivo, a
que sólo sea una representación de lo reprimido y no una manifestación de
generación y promoción de sentido.
Por su parte, Jürgen Habermas considera al psicoanálisis como un ejemplo
paradigmático de las ciencias críticas, de las ciencias que se mueven por un
interés de emancipación. ”El
psicoanálisis -dice Habermas- es importante para nosotros como el único ejemplo
tangible de una ciencia que recurre metódicamente a la reflexión”.
Habermas se propone una reconstrucción del
psicoanálisis como una teoría de la comunicación sistemáticamente
distorsionada. El análisis de la distorsión es una labor hermenéutica realizada por el analista, consistente
en hacer inteligible el lenguaje ininteligible, privado del que hace uso el
paciente en los síntomas neuróticos, en los sueños etc. La labor del
psicoanálisis es una forma especial de interpretación, la hermenéutica de lo
profundo, que debe aprehender no sólo el sentido de un texto eventualmente
deformado, sino también el sentido de la deformación del texto.
La
terapia psicoanalítica para Habermas, además, tiene un interés especial ya que se
propone reconstruir la historia del paciente a la vez que le invita a la
reflexión sobre si mismo para recuperar un fragmento de su historia pasada,
resultando que la autorreflexión tiene efectos terapéuticos al estar presidida
por el interés de emancipación.
Durante mucho tiempo se ha pensado que
psicoanálisis y feminismo eran un matrimonio mal avenido e irreconciliable, ya
que existe – para no ser necios – una cierta tendencia androcéntrica en el
pensamiento psicoanalítico, alcanzando a estimar que la auténtica feminidad
pasaba por la condición de madres y esposas, juzgándose por parte de la teoría
feminista como una mera justificación del status quo burgués y patriarcal.
Sabiendo que el olvido de la perspectiva de
género ha sido una constante en la obra de Freud, diversos autores y autoras
psicoanalistas posteriores aplicando la propia dialéctica de la sospecha
freudiana, han intentado reorientar el enfoque psicoanalítico dando cabida
entre otras cuestiones al tema de género.
Curiosamente y pese a la falta de consenso
general a la hora de pensar cuál es el objeto de estudio, cuál la metodología
apropiada y cuáles los resultados deseables de lo que se ha dado en llamar la
teoría feminista, hay una meta que han hecho suya todas las teóricas
feministas: la meta fundamental es analizar el género.
Al hacerse visible el concepto de género como
una categoría que ni es ni puede ser naturalmente neutra, surge un nuevo modelo hermenéutico que pone en cuestión la
transparencia y la autenticidad de las promesas ilustradas que permitían pensar
en términos de felicidad, progreso y libertad.
La perspectiva de género permite, “insistir en la insuficiencia de los
cuerpos teóricos existentes para explicar la persistente desigualdad entre
hombres y mujeres”- Scott - pone de manifiesto la existencia de un
espacio de silencio, en el que se oculta una voz diferente y en el que se
obliga al estrabismo de una mirada forzada a ver a través de unos cristales que
desfiguran la realidad.
El
silencio femenino será roto a través de la hermenéutica feminista que sitúa a las mujeres en el papel de
hablantes, que les da derecho a crear sus propias narrativas, que desvela su
ocultación tradicional. No obstante, existen demasiados elementos que enturbian
y dificultan el nuevo modelo de comunicación. Como hemos señalado al principio
de este trabajo la posibilidad de cualquier diálogo y la hermenéutica no es
sino un modo de diálogo, exige de ciertos requisitos que permitan compartir un
mundo de significados comunes entre los distintos interlocutores. La teoría crítica feminista ha
cuestionado la neutralidad significativa y valorativa del discurso patriarcal, pero curiosamente sus
intentos han permitido dentro de los sistemas científicos sociales
tradicionales, empleando formulaciones tradicionales que proporcionan
explicaciones causales universales.
Para plantear las posibilidades de una alianza
entre el feminismo y el psicoanálisis, que permitan pensar en términos de una
transformación epistemológica,
resulta imprescindible investigar en torno al tema de la formación de la
identidad masculina y femenina. Si la
epistemología clásica se construye y fundamentado obviando la
perspectiva de género hasta dar carácter natural a todas las diferencias
sexuales que construyen socialmente la realidad, es imprescindible poner de
relieve cómo se conforma una y otra identidad para averiguar si entran en juego
elementos valorativos de carácter social. Y es desde aquí que vamos a
fundamentar a lo largo del curso dichas identidades para poder llegar a
entender el fenómeno de la violencia en el corazón del género.
La aproximación de la teoría feminista a la
teoría freudiana se produce al converger ambas teorías en un objetivo común,
como es explicar la constitución de la identidad masculina o femenina.
Freud elaboró
una teoría del desarrollo psicosexual
en torno al niño varón, afirmando que la identidad masculina quedaba conformada
al superar el complejo de Edipo,
configurarse el Super-yo y
realizar la identificación parental pertinente. Pensó que la configuración de
la identidad femenina y el complejo de Edipo en la niña eran simétricos al del
niño, si bien la niña partía de la consideración de estar castrada, por lo que
toda su estructura psicológica se elaboraría tratando de compensar esa
mutilación. La conciencia de esa mutilación retrasa su entrada en el complejo
de Edipo, impide una
resolución clara del mismo y una conformación sólida del Super-yo, razones por las que la mujer no alcanzará nunca el nivel
ético y la ecuanimidad propia del varón ni su capacidad de sublimación.
Posteriormente a Freud, varias psicoanalistas
aplicaron la hermenéutica de la
sospecha a las propias concepciones freudianas, analizaron la distorsión de género introducida por
el maestro y pretenderán
explicar, desde la teoría psicoanalítica, aspectos fundamentales de la
psicología de las mujeres. Parten del hecho de que muchas de las afirmaciones
freudianas sobre la identidad femenina carecen de una fundamentación en la
clínica, que se basan en presupuestos culturales de tipo patriarcal que no se someten a crítica.
La contestación más temprana a las tesis
freudianas acerca de la identidad femenina se produce desde la teoría de las
relaciones de objeto. Para estas teóricas la primera relación de objeto que
establece el bebé con la madre es fundamental para la configuración de la
personalidad adulta, pasando a desempeñar un papel primordial la función
maternal frente a las tesis freudianas de envidia del pene, complejo de
castración etc.
Nancy
Chodorow apunta que la función maternal es ejercida
universalmente por mujeres, las entidades femeninas y masculinas están
generizadas, pues las madres experimentan a sus hijas como una continuación de
si mismas, no estableciendo unas rígidas fronteras yoicas entre ellas y sus hijas , por lo que éstas constituyen su
propia identidad introyectando las
funciones expresivas, intersubjetivas
y de cuidado que sus madres ejercen. Sin embargo, las madres experimentan a sus
hijos varones como opuestos, por lo que tienden a romper sus lazos empáticos
con ellos, urgiendo su entrada en la situación edípica y precipitando la
identificación con la figura del padre y con la función instrumental que el
desempeña en la esfera pública.
Esta autora propone para finalizar esta
generización que la función maternal sea
desempeñada igualmente por hombres y por mujeres, con el fin de evitar un
desarrollo psicológico que condicione de un forma casi imperativa nuestra
vivencia y percepción de lo masculino y lo femenino.
Este nuevo enfoque de Chodorow y de las teóricas de las relaciones de objeto,
centrado en la importancia concedida al rol maternal, fue valorado muy
positivamente por la teoría feminista y por varias ciencias sociales. Desde la teoría feminista se estimó el
desafiante reto de Chodorow a la ortodoxia freudiana, al transvalorar el
carácter patriarcal y fálico de la hermenéutica
freudiana y presentar un nuevo símbolo, la maternidad, como determinante de la
identidad individual. Ahora bien, la teoría feminista desvela un nuevo sesgo en
estas concepciones maternales , al quedar la figura de la mujer subsumida bajo
el símbolo de la maternidad, pues al ser ésta tan importante , parece que la
función de la mujer se debe reducir exclusivamente a ser madre, olvidando otras
dimensiones como el derecho a tener una vida propia independientemente del hijo
o hija, a desempeñar un trabajo, a ejercer los derechos y deberes de la
ciudadanía, a disponer de ocio, a tener relaciones con otras personas adultas,
etc, ya que su actividad y vida quedaría absorbida por ese hijo o hija al que
debería cuidar.
También se les ha criticado desde la teoría feminista la
importancia que le conceden a los elementos subjetivos, obviando el importante
papel que juega en la discriminación de la mujer factores de carácter social y
político. Asimismo se le reprocha el carácter determinante y esencialista de
sus concepciones -si bien su esencialismo no es biológico sino estructurado
psicológica y socialmente- según el cual parece que no hay más remedio que
asimilar los imperativos de género y
conformarse al prototipo social, frente a la posibilidad de conflicto y
rebelión que el propio psicoanálisis predica a la hora de internalizar las
normas y valores.
Esta
conceptualización de la identidad masculina y femenina tiene interés no sólo
para el psicoanálisis y la teoría feminista, sino también para la hermenéutica. En este momento la teoría feminista exige una alianza con la hermenéutica , ya que la hermenéutica
de la sospecha no se debe ejercer
sólo sobre las tesis freudianas sino sobre cualquier texto susceptible de ser
interpretado. En esa labor de interpretación debe estar presente la hermenéutica de género, la sospecha de la carga patriarcal inherente al significado y
al sentido de los símbolos de nuestra cultura. Asimismo no se puede olvidar la
generización del intérprete y la losa
de silencio que se ha impuesto sobre las interpretaciones realizadas
desde la voz y el cuerpo de mujer.
Apostamos por la tesis de Paul Ricoeur de ampliar la hermenéutica freudiana incrementa
ndo el significado del símbolo y la tesis de
Habermas de considerar el psicoanálisis como una técnica de autoliberación,
quedarán completadas con el análisis de la
perspectiva de género, al favorecer ésta una reflexión más profunda sobre
el sentido del símbolo y al propiciar la autoliberación no sólo del sexo
masculino sino de toda la humanidad.
Estudios sobre el género.
Género en español. Diferencias de
idioma, analogías y confusiones conceptuales.
Una dificultad inicial es que el término anglosajón gender no se corresponde
totalmente con nuestro género en castellano: en inglés tiene una acepción que apunta directamente a los sexos – ya sea como accidente
gramatical o ya sea como engendrar - mientras que en castellano se refiere a la clase, especie o tipo a la que
pertenecen las cosas, a un grupo taxonómico, a los artículos o mercancías que
son objeto de comercio y a la tela. Decir en inglés "vamos a estudiar el género" lleva implícito que se trata
de una cuestión relativa a los sexos; plantear lo mismo, en castellano, resulta
críptico para los no iniciados; ¿se
trata de estudiar qué género, un estilo literario, un género musical….?
En la lengua castellana, la definición clásica, de diccionario, es la
siguiente: "Género es la clase,
especie o tipo a la que pertenecen las personas o las cosas". El
Diccionario del uso del español, de
María Moliner consigna cinco acepciones de género y apenas la última es la
relativa al género gramatical, es decir,
a la definición gramatical por la cual los sustantivos, adjetivos, artículos o
pronombres pueden ser femeninos,
masculinos o –sólo los artículos y pronombres– neutros. Según María Moliner, tal división
responde a la naturaleza de las cosas sólo cuando esas palabras se aplican a
animales, pero a los demás se les asigna género masculino o femenino de manera
arbitraria. Esta arbitrariedad en la asignación de género a las cosas se hace
evidente cuando el género atribuido cambia al pasar a otra lengua. En alemán,
el sol es femenino, "la sol"
y la luna masculino, "el luna".
Además, en alemán el neutro sirve para referirse a gran cantidad de cosas,
inclusive a personas. Al hablar de niñas y niños en su conjunto, en vez de
englobarlos bajo el masculino "los
niños", se utiliza un neutro que los abarca sin priorizar lo femenino
o lo masculino, algo así como "les
niñes". Para los angloparlantes, que no atribuyen género a los objetos,
resulta sorprendente oírnos decir “la
silla” o “el espejo”
Como la anatomía ha sido una de las bases más
importantes para la clasificación de las personas, a los machos y a las hembras
de la especie se les designa como los
géneros masculino y femenino. En castellano la connotación de género como
cuestión relativa a la construcción de lo masculino y lo femenino sólo se
comprende en función del género gramatical, y sólo las personas que ya están en
antecedentes del debate teórico al respecto lo comprenden como la simbolización
o construcción cultural que alude a la relación entre los sexos.
Cada vez se oye hablar más de la perspectiva de
género. Como a los sexos también se les nombra el género masculino o el género femenino, muchas personas al hablar
de género lo utilizan básicamente como sinónimo de sexo: la variable de género,
el factor género, son nada menos que las mujeres. Esta sustitución de mujeres
por género tiene entre las personas hispanoparlantes una justificación de peso,
por la confusión que se da al hablar, en castellano, de las mujeres como "el género femenino". Por eso
es fácil caer en el error de pensar que hablar de género o de perspectiva de
género es referirse a las mujeres o a la perspectiva del sexo femenino.
Además, la utilización del término género
aparece también como forma de situarse en el debate teórico, de estar a la
moda, de ser moderno. Muchas personas sustituyen mujeres por género, o dejan de
referirse a los dos sexos y utilizan
los dos géneros, porque el empleo de género supuestamente le da más seriedad
académica a una obra, entre otras cosas, porque género suena más neutral y
objetivo que mujeres, y menos incómodo que sexo. Al hablar de cuestiones de
género para referirse erróneamente a cuestiones de mujeres da la impresión de
que se quiere imprimir seriedad al tema, quitarle la estridencia del reclamo
feminista, y por eso se usa una terminología científica de las ciencias
sociales. Este uso erróneo, que es el más común, ha reducido el género a
"un concepto asociado con el
estudio de las cosas relativas a las mujeres." Es importante señalar
que el género afecta tanto a hombres como a mujeres, que la definición de
feminidad se hace en contraste con la de masculinidad, por lo que género se
refiere a aquellas áreas –tanto estructurales como ideológicas– que comprenden
relaciones entre los sexos.
Pero lo importante del concepto de género es que al emplearlo se designan las
relaciones sociales entre los sexos. La información sobre las mujeres es
necesariamente información sobre los hombres. No se trata de dos cuestiones que
se puedan separar. Dada la confusión que se establece por la acepción
tradicional del término género, una
regla útil es tratar de hablar de los hombres y las mujeres como sexos y
dejar el término género para referirse al conjunto de ideas, prescripciones y
valoraciones sociales sobre lo masculino y lo femenino. Los dos conceptos son
necesarios: no se puede ni debe sustituir sexo por género. Son cuestiones
distintas. El sexo se refiere a lo biológico, y el género a lo construido
socialmente, a lo simbólico.
Aunque en español es
correcto decir "el género femenino"
para referirse a las mujeres, es mejor tratar de evitar esa utilización de
género, y decir simplemente "las
mujeres" o "el sexo femenino". De esa forma se evitan las
confusiones entre el género como clasificación tradicional y el género como
construcción simbólica de la diferencia sexual.
Género.
El género constituye la categoría
explicativa de la construcción social y simbólica histórico-cultural de los
hombres y de las mujeres sobre la base de la diferencia sexual.
La historia de los Estudios de
Género se inicia a partir de las aportaciones de dos psicoanalistas, John
Money y Robert Stoller. Hasta entonces no se había introducido esta
categoría.conceptual. Money es un psicoanalista
norteamericano que trabajó sobre la identidad de género y los patrones
sexuales de conducta tras la II Guerra Mundial, inventó el término rol de
género, no sólo género. Llegó a la conclusión de que estaba determinado por las fuerzas psicológicas postnatales. Money
amplió sus estudios a los niños nacidos sin ninguna anormalidad
biológica que estaban, sin embargo, mostrando signos de incongruencia de rol de
género, llamados en USA. “sissy boys”*. El
término identidad de género apareció en un comunicado de prensa en 1966 para anunciar la nueva clínica
para transexuales en el Johns Hopkins Hospital. Esto fue difundido por
la prensa de todo el mundo y entró a formar parte de nuestro lenguaje cotidiano.
Antes de 1955 no existía el
concepto de género como referido al sexo de una persona, ni el concepto de
trastorno de la identidad de género. Money observa que los términos de género,
rol de género e identidad de género han sido elevados a principios
organizadores en la historia social de nuestra época.
Money proporciona una definición
fenomenológica de rol de género: es lo que una persona dice o hace para
revelar su estatus como niña o niño, mujer u hombre. Ello incluye estereotipos
de masculinidad y feminidad. La diferencia se juzga por la conducta, el porte,
las maneras, el contenido de los sueños, las fantasías y las prácticas
eróticas. Es importante señalar algunos conceptos importantes que señala Money como el de bifurcación: se trata
de que la identidad de género está abierta para los sujetos humanos desde los
18 hasta los 36 meses de vida, y en ello están de acuerdo la mayoría de los
autores. Consideran fundamental en lo que llaman asunción de la identidad de género
o rol de genero; para ello señalan tres puntos: se adquiere de forma similar a
como se adquiere el lenguaje; es fundamental el discurso de los padres.; y que
tiene importancia el discurso social.
Así, Money señala "Como
la identidad genérica se diferencia antes de que el niño pueda hablar de ella,
se suponía que era innata. Pero no es así. Usted nació con algo que estaba
preparado para ser más tarde su identidad de género. El circuito impreso ya
estaba, pero la programación no estaba establecida, como en el caso del lenguaje.
Su identidad de genero no podía diferenciarse ni llegar a ser masculina o
femenina sin estimulo social...".
Pero a todos los efectos, el primer
impulsor real de los estudios de género es Robert Stoller, psicoanalista
también, que en los años 70 se
dedica a estudiar los problemas de sujetos que tienen un sexo anatómico con el
que no se sienten identificados, es decir, que han adquirido una identidad
sexual diferente de su sexo anatómico.
Stoller es profesor de psiquiatría en California y psicoanalista, enseña
desde 1954, y se le conoce sobre todo por su dedicación a estudiar y
desarrollar la patología de la identidad de género y los problemas del
erotismo, sobre todo en las perversiones. Dedico años a escuchar casos de
transexuales y de sujetos que por distintas circunstancias fueron sometidos a
reorientaciones de su identidad de género.
Los casos estudiados condujeron a
Stoller a suponer que el peso y la influencia de las asignaciones
socio-culturales a los hombres y mujeres, a través de los ritos y costumbres, y
la experiencia personal constituyen los factores que determinan la identidad y
el comportamiento femenino o masculino, y no el sexo biológico.
A partir de este descubrimiento,
acerca del papel de la socialización como elemento clave de la adquisición de
la identidad masculina o femenina habiendo disfunciones sexuales semejantes en
los individuos, Stoller y John Money propusieron una distinción conceptual
entre “ sexo” y “género”, en los cuales sexo se refiere a los rasgos
fisiológicos y biológicos del ser macho o hembra, y el género a la construcción
social de esas diferencias sexuales.
Este hecho tuvo el valor de
incorporar la categoría género, años más tarde, a los estudios de la Mujer de
la década de los setenta por el feminismo americano académico, ayudando a
resolver problemáticas que estos no podían explicar fácilmente y en la búsqueda de legitimidad académica, lo
cual desembocó en los Estudios de Género, por cuanto distinguir entre sexo y
género, supone explicar una serie de condicionamientos sociales y culturales en
su historia que se inscriben sobre los cuerpos y la sexualidad humanas, en
especial las femeninas, enunciados desde el discurso patriarcal como naturales.
Siendo así, el sexo se hereda y el
género se adquiere a través del aprendizaje cultural. Marta Lamas señala:
“además del objetivo científico de comprender mejor la realidad social, estas
académicas tenían un objetivo político:
distinguir que las características humanas consideradas femeninas eran
adquiridas por las mujeres mediante un complejo proceso individual y social, en
vez de derivarse naturalmente de su sexo. Suponían que entre la distinción
entre sexo y género se podía enfrentar mejor el determinismo biológico y se
ampliaba la base teórica argumentativa a favor de la igualdad de las mujeres”.
Este fue un concepto recuperado por
varias ciencias sociales. Una de las primeras,
fue la Antropología en la obra de Gayle Rubin con su aportación “ sistema sexo-género” especifico para cada
sociedad previsto como el conjunto de normas que moldean el sexo y la
procreación.
El concepto de género resultó
entonces de vital importancia para el problema de mujeres, de ahí que el aporte
de loa psicología se convirtiera en un poderoso recurso para los feminismos,
sus luchas y sus teorías, aún cuando tuviera sus limitaciones no menos
importantes.
De los estudios de la mujer a los
estudios de género.
Muchos son los autores en señalar
el surgimiento de los estudios de género en el contexto general que significó
la segunda ola del feminismo, en un proceso complejo que evolucionó de los
estudios de la mujer en la década de los setenta hacia los estudios de género
en la década de los ochenta del siglo pasado Este surgimiento se encuentra
marcado por la insuficiencia de los estudios de la Mujer para dar cuenta de la
multiplicidad de realidades que no entraban en el marco rígido que estos
suponían, al universalizar y esencializar al “sujeto mujer”, reproduciendo los
mismo errores que habían criticado las feministas académicas en su revisión de
obras disciplinares de las ciencias sociales y la literatura, en las que las
mujeres estaba ausentes como sujeto u objeto como producto del sesgo
androcéntrico y etnocéntrico en los modelos de comprensión de dichas ciencias.
Estos prejuicios hicieron suponer que en todas las sociedades las mujeres
estaban subordinadas y que las diferencias siempre existen en un sistema jerárquico.
Desde el propio centro de los
Estudios de la Mujer, en el proceso de cuestionamiento de los modelos teóricos
y de comprensión en las disciplinas, emergieron preguntas que fueron generando
una ampliación de conocimiento que empezaron a poner en tela de juicio los
propios hallazgos teóricos y el discurso mismo de estos Estudios, en cuanto
androcentrismo no se relaciona sólo con el hecho de que los investigadores o
pensadores sean hombres, sino porque son hombres y mujeres adiestrados en
disciplinas que aplican la realidad bajo modelos masculinos. Se gestan así
conflictos desde su interior, el aislamiento y la ghettización. Entre los
cuestionamientos de los hallazgos teóricos de los Estudios de la Mujer,
gestados desde su propio ámbito, se hallan expuestos por las intelectuales
negras a finales de los años setenta, acerca de la universalidad del concepto mujer. Se plantea la necesidad de
superar el sesgo etnocéntrico de dichos estudios y su tendencia a los modelos universales,
pluralizando y hablando de las mujeres, diversas y múltiples en realidades y no
como unicidad abstracta que apunta a hablar más de esencialidad biológica
homógenea. Así también comenzó a cuestionarse la “subordinación universal” de
las mujeres en todas las sociedades,
Aparece entonces la categoría
género que podía explicar mejor los problemas de las mujeres. Resultado de esta
dinámica, surgen en los ochenta del siglo pasado, los llamados Estudios de
Género.
La introducción del concepto de
género en los análisis sociales facilitó una nueva comprensión de la posición
de las mujeres en las diversas sociedades humanas, en cuanto supuso la idea de
variabilidad toda vez que ser hombre o mujer es un constructo cultural por
cuanto varían sus definiciones en cada cultura, configura una idea relacional –
en la medida en que el género es una construcción social de las diferencias
sexuales, el género refiere a distinciones entre lo femenino y lo masculino y
sus interrelaciones -., hace emerger la gran variedad de elementos que
configuran la identidad de un sujeto toda vez que el género será experimentado
y definido personalmente de acuerdo con otras pertinencias como la etnia, la
raza, la clase, la edad, entre otras. Finalmente aparece la idea de
posicionamiento que hace alusión a que el análisis de género supone el estudio
del contexto donde se dan las relaciones del género entre hombres y mujeres y
la diversidad de posiciones que ocuparán.
Aspectos explicativos del género.
Marta Lamas plantea que una discusión rigurosa
sobre género, implica abordar la complejidad y variedad de las articulaciones
entre diferencia sexual y cultura. Esto es así, en la medida en que el género
es la categoría correspondiente al orden sociocultural configurado sobre la
base de la sexualidad, que a su vez es significada y definida históricamente
por el orden genérico. El género es una construcción simbólica e imaginaria que
comporta los atributos asignados a las personas a partir de la interpretación
cultural de su sexo: distinciones biológicas, físicas, económicas, sociales,
psicológicas, eróticas, afectivas, jurídicas, políticas y culturales impuestas.
A su vez, la sexualidad se vive bajo una condición de género que delimita las
posibilidades y potencialidades vitales. El orden fundado sobre la sexualidad –
el género – se constituye entonces en un orden de poder.
El concepto de género emergió para
designar todo aquello que es construido por las sociedades para estructurar,
ordenar, las relaciones sociales entre mujeres y hombres. Al basarse estas
relaciones, estas construcciones sociales y simbólicas en la diferencia sexual,
se estructuran relaciones de poder cuya característica esencial es el dominio
masculino. No obstante el género no nos enfrenta a una problemática exclusiva
de las mujeres.
Hablar de genero significa “desnaturalizar las esencialidades”
atribuidas a las personas en función de su sexo anatómico – y todos los
significados y prácticas que conlleva -, en cuyo proceso de construcción han
sido las mujeres las menos favorecidas en las relaciones sociales
hombres-mujeres, en tanto el pensamiento binario que caracteriza la generalidad
de las culturas atribuye a lo “natural” lo que desvaloriza en el par de
opuestos naturaleza-cultura. En tanto construcción sociocultural detrás del
género lo que existen son los símbolos, la ideología –sustentados en un orden
material – que busca establecer un orden social: instalado el patriarcado,
busca perpetuar la dominación masculina a través de los más diversos mecanismos
objetivos y subjetivos.
J. Scott en su definición de género
propone dos partes analiticamente interrelacionadas muy clarificadoras de lo
que aporta la categoría: “ el género es un elemento constitutivo de las
relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los sexos y el
género es una forma primaria de poder”. Así distingue también sus elementos:
-Los símbolos y los mitos
culturalmente disponibles.
-Los conceptos normativos surgidos
de los símbolos.
.Las instituciones y organizaciones
sociales de las relaciones de género.
-La identidad.
A partir de estos elementos, se
podría constatar que toda la vida de los seres humanos se haya atravesada por
su condición genérica masculina o femenina, mediatizando así las maneras de
sentir, pensar, actuar la realidad, configurando la subjetividad individual.
Así también la condición de género mediatiza el acceso a los recursos
materiales y simbólicos, las posibilidades de acción y las prácticas
cotidianas. Lo que no hay que perder de vista es el carácter activo del sujeto
que permite romper en alguna medida con el desideratum cultural.
Una de las aportaciones principales
del género es que. precisamente su carácter relacional implica necesariamente
las relaciones que tienen lugar entre los sexos elliminano, al decir de Scott,
la ficción de que la experiencia de un sexo no tiene que ver con la del otro,
es decir, que existen esferas separadas. Lo que pasa a las mujeres está muy
estrechamente ligado con los hombres, si no es su resultado directo.
En el imaginario social, lo
esencial en la feminidad, desde su construcción sociocultural, es lo natural,
lo biológico, representado en la capacidad exclusiva de la maternidad, y de ahí
la emocionalidad, el cuidado, el ser para los otros, la fragilidad, la
dependencia, entre otros; mientras que lo esencial en la masculinidad, viene
dado por la cultura, la creación, el pensamiento abstracto, la trascendencia
social de la biología. De ello se desprende que lo relacionado con lo
natural-biológico-mujer, en el proceso de construcciones simbólicas y la
práctica concreta emerja como inferior o subordinada a la cultura-hombre.
Conceptos en las teorías de los géneros.
En la teoría de los géneros se
distinguen un conjunto de conceptos principales que la integran, a su vez
fuentes de problematización y estudio constante:
-La distinción entre lo biológico y
género. Esta distinción se sistematiza como sexo-género, natural-cultural, y se
plantea que fue muy liberadora para la política y la historia de las mujeres.
No se niega la existencia de diferencias sexuales- anatómicas y en el placer
erótico –sino que se propugna en la teoría de los géneros es que esta
diferencia no marque de forma definitiva la vida humana. En estrecha relación
con lo anterior se rechaza entonces, que los comportamientos óptimos sean dos,
masculino y femenino, con un modelo único de relación entre ellos: el
heterosexual.
-El género como principio básico de
organización social en las sociedades conocidas.. En este punto se parte de la
suposición de que es universal la distinción hombres-mujeres, y esta distinción
binaria dominaría las clasificaciones sociales, a pesar de que no siempre sean
estos dos géneros los únicos en determinada cultura. Siguiendo a Rivera que nos señala que “ en
tanto principio de organización social, el género ha sido definido como un
sistema simbólico o de significado que está constituido por dos categorías que
son complementarias entre sí, pero que se excluyen mutuamente, y en los cuales
están comprendidos todos los seres humanos “.
-El género como principio de
jerarquía. Esto se desprende que el género
como pri8ncipio de organización social no opera de forma neutra dando como
resultado dos sociedades paralelas y simétricas. De los datos etnográficos se
infiere que el predominio del género masculino sobre el femenino, es
prácticamente universal, poder social que genera el orden patriarcal y se
confunde con autoridad. Scott concluía que el género es el campo por medio del
cual se articula el poder. Como consecuencia, las diferencias de géneros
estructuran la percepción y organización concreta y simbólica de toda la vida
social.
- El género como asignación al
nacer. El único criterio que se emplea
para clasificar a quien nace, en una u otra categoría, es la apariencia física
de su sexo anatómico, problema que ha resultado complejo con los
descubrimient6os de la biología y la multitud de combinaciones posible de la
información sexual.
-La identidad de género. Los contenidos de la identidad masculina y femenina apuntan a que
se transmiten y se subjetivan a través de la socialización. Por la complejidad
de la información sexual – desde el punto de vista más biológico-, este
constituye otro de los grandes problemas dado la rigidez del modelo
masculino/femenino sin opciones alternativas.
-Como se instituye el género.
Se sostiene que el género como categoría de análisis es inseparable de otra
categoría básica de la Antropología: el parentesco, quines se construyen mutua
y separadamente. A partir de esto se comprenden género y patriarcado; por qué
son dos los géneros, la universalidad de la jerarquía del género masculino en
el orden patriarcal.
-La variabilidad del género. Dado en que sus contenidos varían mucho entre las culturas,
aunque el predominio masculino sea una constante transcultural. Estos
contenidos pueden cambiar en el tiempo y estos cambios dentro de una cultura se
producen siempre en relación de los dos. Rivera señala que dar un valor tan
grande a la importancia del elemento relacional, podría formar parte del
llamado fundamentalismo heterosexual, garantizando de alguna manera la
perpetuación de la jerarquía entre los géneros impidiendo una inversión o
desplazamiento verdadero de las relaciones de desigualdad entre ambos.
-El modelo general masculino y
femenino. A éstos se añaden variantes
importantes dentro de cada uno como son la clase social, la raza, la
preferencia erótica.
Enfoques.
Para abordar el estudio de estos
elementos explicativos y de análisis de género, surgen y se han desarrollado
dos grandes enfoques:
-El enfoque de género como
construcción simbólica. Sostiene que las diferencias biológicas encuentran
significado sólo dentro de un sistema cultural especifico, con lo cual debe de
conocerse cuáles son las ideologías de género y los valores simbólicos
asociados a lo masculino y femenino en cada sociedad. Ortner plantea que a pesar de la gran variedad de significados de
las diferencias sexuales, hay constantes en los grupos humanos, siendo una de
ellas la simetría de los géneros y la posición inferior de las mujeres, de lo
cual dedujo que lo común en las distintas culturas relativo a esta posición de
las mujeres es que ellas siempre se hallarían asociadas a lo que la cultura
desvaloriza, y ese algo venía de la supuesta relación de la mujer con la
naturaleza. Así, debería ser controlada y constreñida y sus roles sociales
aprisionados en la naturaleza, ya que su papel como reproductora la habría
limitado a funciones ligadas a ésta – el ámbito doméstico con la crianza de los
hijos y la reproducción -. En oposición, el hombre estaría asociado
simbólicamente con la cultura, superior a la naturaleza, por lo cual se movería
en el espacio público y político de la vida social.
-El enfoque de género como
construcción social. Se encuentra relacionado con la teoría marxista, destacando el papel de lo económico, y sostiene
que más que los símbolos, lo importantes es considerar que es lo que hacen los
hombres y las mujeres y dicho hacer se relaciona con la división sexual del
trabajo. Expone el cue3stionamiento de una subordinación universal de las
mujeres por su ahistoricidad y no consideración de los efectos de la
colonización y el surgimiento del capitalismo. Esta parte del pensamiento,
parte de una revisión de la obra de F.
Engels y argumenta que el origen de la subordinación de las mujeres, el
matrimonio monogámico y el desarrollo de la familia, se hallan en relación
directa con el surgimiento de la propiedad privada. Plantea además la
complementariedad de los sexos y uno de sus principales aportes, reside en el
descubrimiento de la contribución económica femenina en todas las sociedades,
el valor de acceso a los recursos, las condiciones de trabajo y la distribución
de los productos de él.
Algunas propuestas actuales sobre el género.
El concepto género se utiliza
actualmente de las siguientes maneras:
1) Algunos han sustituído la
palabra sexo por género, una
vez que el concepto se extiende y se pone de moda. Por ejemplo, en algunos estudios de demografía, mercado
de trabajo, educación, etc., a la desagregación por sexo se le llama género,
pero no se llena de contenido la categoría.
2) Otros utilizan el concepto de género como sinónimo de
mujeres. En estas ocasiones, el empleo de género trata de subrayar la
seriedad académica de una obra, porque la palabra género suena más neutral y
objetivo que "mujeres",
tratando de desmarcarse así de la política del feminismo. En esta acepción
género no comporta una declaración necesaria de desigualdad o poder, ni nombra
al sector oprimido; así el concepto género incluye a las mujeres sin nombrarlas
y parece no plantear amenazas críticas. Esta es una faceta de lo que podría
llamarse la "búsqueda de la
legitimidad académica" por parte de las estudiosas feministas en la
década de 1980.
3) Pero también género, utilizado
como sustitución de la palabra "mujeres",
se emplea para sugerir que la información sobre las mujeres es necesariamente
información sobre los hombres, que un estudio implica al otro. Este uso insiste
en que el mundo de las mujeres es parte del mundo de los hombres.
4) Finalmente, género se emplea
para designar las relaciones sociales
entre los sexos (hombre-mujer, mujer-mujer-, hombre-hombre), pasando
así a ser una forma de denotar las construcciones socio-culturales de ideas
sobre los estereotipos, roles e identidades asignados a mujeres y hombres.
Género es, según esta acepción, una categoría
social impuesta sobre un cuerpo sexuado
Por otra parte es importante tener
claridad en cuanto a que la perspectiva de género es no sólo una nueva forma de
abordar teórica y metodológicamente el estudio de la condición de vida y
situación vital de mujeres y hombres, sino que es una posición filosófica y política frente al mundo;en
este sentido no se debe dejar de lado su carácter eminentemente crítico frente
a lo establecido, lo cual implica asumir una labor de cambio.
La perspectiva de género, dentro de las ciencias
sociales, surge como una herramienta conceptual y metodológica necesaria
para el estudio de las mujeres y los hombres. Se trata de un enfoque que
permite conocer y entender mejor sus identidades personales y sociales, así
como las modalidades en que ambos géneros se comportan dentro de las
intrincadas y complejas estructuras que las sociedades han creado para su
funcionamiento.
En esta perspectiva el concepto de sexo - categoría
clasificatoria de los seres humanos basada en la biología - es sustituído por
el de género, que considera los valores creados y reproducidos dentro y a
través de la cultura, como los que generan y sustentan los atributos con que se
conforman, identifican y distinguen "lo
fememino" y lo "masculino".
Esta perspectiva establece que la
forma en que mujeres y hombres son considerados, la valoración social que
reciben y la división familiar y social de su trabajo, son invenciones humanas
que van mucho más allá de lo que las diferencias biológicas pudieran
determinar.
Además de todo lo anterior, la
perspectiva de género ha hecho las siguientes aportaciones:
a) Esta perspectiva permite poner
entre paréntesis muchos de los postulados sobre el origen de la subordinación
femenina y permite replantear la forma de entender o visualizar cuestiones
fundamentales de la organización social, económica y política.
b) Permite sacar del terreno
biológico lo que determina la diferencia entre los sexos y colocarlo en el
terreno simbólico.
c) Permite delimitar con mayor
claridad y precisión cómo la diferencia entre mujeres y hombres cobra dimensión
de desigualdad.
d) Permite identificar las diversas
áreas en las que se concentra el poder masculino y en las que la participación
de la mujer es marginal o secundaria.
e) Permite mirar la sociedad, sus
órdenes e intersticios a partir de los intereses de los géneros oprimidos.
f) Está permitiendo la
formalización de una teoría sobre la división del mundo y del trabajo.
g) Se trata de una perspectiva de
mayor generalidad y comprensión puesto que deja abierta la posibilidad de
existencia de distintas formas de relación entre mujeres y varones.
h) Deja abierta la posibilidad de
distinguir formas diversas en periodos históricos diferentes y como utopía,
pensar la liberación de las mujeres y de los hombres desde otras maneras
distintas de organización social.
i) La vitalidad de la propuesta del
género radica en que ha permitido seguir líneas diferentes de investigación,
basadas en última instancia en opciones teórico-metodológicas diferentes.
Psicoanálisis e identidad de género.
Vamos a hacer referencia a la escuela anglo-americana y a la francesa para poder señalar
aspectos importantes relativos a la identidad de género desde la perspectiva
psicoanalítica.
La escuela anglo-americana trabaja
dentro de los términos de las teorías relaciones-objeto. En los Estados Unidos,
Nancy Chodorow es el nombre que más
fácilmente se asocia con este enfoque. Además, la obra de Carol Gilligan ha tenido un fuerte impacto entre
los estudiosos americanos, incluidos los historiadores. La obra de Gilligan
arranca de la de Chodorow, aunque está menos interesada en la construcción del
sujeto que en el desarrollo moral y el comportamiento. En contraste con la escuela anglo-americana, la
escuela francesa se basa en la Iectura estructuralista y posestructuralista de
Freud en términos de teorías del lenguaje .
Ambas escuelas están interesadas en
los procesos por los que se crea la
identidad del sujeto; ambas se centran en las primeras etapas de desarrollo del niño en busca de las
claves para la formación de
la identidad del género. Los teóricos de las relaciones-objeto hacen hincapié en la experiencia real - el
niño ve, oye, se relaciona con quienes cuidan de él, en particular, por
supuesto, con sus padres -, mientras que los posestructuralistas recalcan la
función central del lenguaje en la comunicación, interpretación y representación del género.
Otra diferencia entre las dos
escuelas de pensamiento se concentra en el inconsciente, que para Chodorow es
en último extremo sujeto de la
comprensión consciente, y no lo es para Lacan. Para los lacanianos, el
inconsciente es un factor crítico en la construcción del sujeto; además, es la
ubicación de la división sexual y,
por esa razón, de la inestabilidad constante del sujeto con género. En los
últimos años, las historiadoras feministas han recurrido a estas teorías porque
sirven para sancionar hallazgos específicos con observaciones generales o
porque parecen ofrecer una importante formulación teórica sobre el género. Cada
vez más, los historiadores que trabajan con el concepto de "cultura de mujeres" citan las obras de Chodorow o de
Gilligan como prueba y explicación de sus interpretaciones; y quienes desarrollan la teoría feminista miran
a Lacan.
La división familiar del trabajo y la
asignación real de funciones a cada uno de los padres, juegan un papel crucial
en la teoría de Chodorow. La
consecuencia de los sistemas occidentales dominantes es una neta división entre
varón y mujer: "El sentido femenino básico del yo está vinculado al mundo;
el sentido básico del yo está separado. Ya hemos indicado que para Chodorow, si
el padre estuviera más implicado en la crianza y tuviera mayor presencia en las
situaciones domésticas, las consecuencias del drama edípico podrían ser diferentes.
Esta interpretación limita el concepto de género a la familia
y a la experiencia doméstica, por lo que no deja vía para que el historiador
relacione el concepto con "otros sistemas sociales de economía, política o
poder. Por supuesto, queda implícito que el ordenamiento social que requiere
que los padres trabajen y las madres se ocupen de la mayor parte de las tareas
de la crianza de los hijos estructura la organización familiar. No está claro
de dónde proceden esos ordenamientos y por qué se articulan en términos de
división sexual del trabajo. Tampoco en oposición a la asimetría se plantea la
cuestión de la desigualdad.
El lenguaje es el centro de la teoría lacaniana; es la clave para instalar al niño en el orden
simbólico. A través del lenguaje se construye la identidad de género. Según Lacan, el falo es el significante central de la
diferencia sexual. Pero el
significado del falo debe leerse
metafóricamente. Para el niño, el drama edípico se manifiesta en términos de
interacción cultural, puesto que la amenaza de castración incluye el poder y las normas legales del padre.
La relación del niño con la ley
depende de la diferencia sexual, de su identificación con la masculinidad o la
feminidad. En otras palabras, la imposición de las normas de interacción social
son inherentes y específicas del género, porque la mujer tiene necesariamente
una relación diferente con el falo que el hombre. Pero la identificación de género,
si bien siempre aparece como coherente y fija, es de hecho altamente inestable.
Como las propias palabras, las identidades subjetivas son procesos de
diferenciación y distinción, que requieren la eliminación de ambigüedades y de
elementos opuestos con el fin de asegurar
coherencia y comprensión común. La idea de masculinidad descansa en la
necesaria represión de los aspectos femeninos -del potencial del sujeto para la bisexualidad- e
introduce el conflicto en la oposición de lo masculino y femenino. Los deseos
reprimidos están presentes en el inconsciente y son una amenaza constante para
la estabilidad de la identificación de género, al negar su unidad y subvertir
su necesidad de seguridad. Además, las ideas conscientes de masculino y
femenino no son fijas, ya que varían, según el uso del contexto. Existe siempre
conflicto, pues, entre la necesidad del sujeto de una apariencia de totalidad y
la imprecisión de la terminología, su significado relativo y su dependencia de
la represión.
Esta clase de interpretación hace
problemáticas las categorías de "hombre"
y "mujer", al sugerir que masculino y femenino no son
características inherentes, sino construcciones subjetivas. Esta interpretación
implica, también que el sujeto está en un proceso constante de construcción y
ofrece una forma sistemática de interpretar el deseo consciente e inconsciente,
al señalar el lenguaje como el lugar adecuado para el análisis.
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